Pero todo había empezado días atrás. No, miento, miento. Todo había empezado un par de años atrás, cuando prometimos acabar nuestra carrera con la aventura, el gran viaje, la gran caminata en nuestras historias personales. Así que allí estábamos, dándole al sueño la posibilidad de materializarse en la realidad. Íbamos a unir los dos más grandes complejos arqueológicos incas hasta ahora conocidos: CHOQUEQUIRAO y Machu Picchu. Para lo cual necesitábamos contar con todas nuestras fuerzas para en 9 días enfrentar inmensas alturas; bajar por profundos cañones; cruzar ríos sobre estrechos puentes hechos de troncos de árboles; ir desde las más gélidas punas hasta los más calurosos terrenos de la selva alta peruana. Un viaje de constantes extremos, en definitiva.
ABANCAY
Llegamos el jueves 13 de abril a la tranquila ciudad, capital del departamento de APURIMAC, que el gran José María Arguedas inmortalizó en sus ficciones y paseamos por su tranquila plaza. Nos proveímos de frutas en el mercado del pueblo y luego compramos en una panadería decenas de delicioso pan serrano recién salido del horno.
Lástima que el tiempo no nos diera para conocer más de Abancay y sus alrededores. Me quedé con las ansias de conocer la piedra de Saihuite y el Santuario Nacional de Ampay, pero las cosas no pasan por las puras, así que estoy seguro que el hecho de no haber podido estar allí significa un buen pretexto para volver. Desde aquí un bus, que habíamos contratado con anterioridad, nos condujo hasta nuestro próximo destino...
CACHORA (2900 msnm)
Pueblo que sería nuestro punto de partida para la caminata. Las primeros grupos de turistas que han empezado a llegar, curiosos por adentrarse en los misterios de Choquequirao, han hecho que aparezcan en el pueblo todos los servicios necesarios que cualquier villorrio serrano quisiera tener. Hay buenos hoteles y restaurantes. Es recomendable ir a su tranquila plaza, donde un inmenso y añejo Pisonay le da al ambiente un toque de melancolía cuando deja caer sobre los suelos sus crujientes hojas.
DIA 1
El viernes 14 de abril, nos despertamos muy temprano y desde las ventanas de mi habitación pude contemplar extasiado la impresionante cordillera de Vilcabamba. Los arrieros, quienes serían nuestros fieles compañeros de viaje, iban arreglando sus monturas y calculando el peso de nuestras inmensas mochilas para ponerlas en los lomos de los caballos y burros.
Las chicas que formaron parte de mi grupo contrataron un arriero, el señor Zacarías, para que las lleve, por turnos, en su mula. Iniciamos la caminata, con dirección al norte, por un buen camino peatonal que se abre paso entre los verdes campos devorados por la niebla, un paisaje que se repetiría hasta que llegamos al abra de Capuliyoc (2955 msnm) donde hay un mirador y se inicia el descenso hacia las profundidades del cañón del río Apurimac. Vertiginosa bajada que a decir verdad se hace a tientas ya que lo único que se adivina que hay detrás de la espesura de la neblina es un gran abismo en cuyo fondo ruge portentoso el río.