Arequipa: los tesoros secretos del Convento La Recoleta

martes, 22 de abril de 2014



Cuando el viajero está en Arequipa (ver entrada anterior) sabe que tiene que ir sí o sí a ver esa maravilla llamada el Convento de Santa Catalina. Sí. Es un “must”. Pero para un mochilero que va ajustando el presupuesto al máximo tal vez el ticket de entrada a ese convento tenga hoy un precio casi prohibitivo. Tranquilo, afortunadamente Arequipa tiene mucha riqueza patrimonial y nos ofrece una alternativa más económica pero también fascinante: el CONVENTO LA RECOLETA. 

Ubicado a pocos minutos a pie del centro de la ciudad, solo hay que cruzar el puente Grau, y mirar abajo el famélico Chili, para llegar al famoso barrio de Yanahuara. Desde el mismo puente casi se puede ver la torre del convento, así que no hay pierde. 
 
CONVENTO LA RECOLETA. AREQUIPA - PERU.




La fachada de la iglesia es bastante sobria, pero la entrada al museo se encuentra al lado, en la portada del convento. Allí llegamos, y aunque parecía que no había nadie respondieron rápido a la llamada del timbre. Nos recibió Andrea, una chica joven muy simpática, amable e inteligentísima que es guía voluntaria en la Recoleta. Nos cayó tan bien que al final la invitamos a almorzar y aceptó. Fue interesante escucharla hablar sobre los sentimientos y opiniones que su ciudad le despierta. Si quieres puedes hacer la visita sin guía (en el ticket está bien dibujado el recorrido por lo que no hay pierde), pero para serte sincero vale la pena ir con alguien que te informe porque el sitio es más grande lo que se espera y hay mucho más patrimonio de lo que uno podría imaginar. En verdad, pesábamos que solo había un claustro, alguna biblioteca y un jardín: lo que no imaginábamos era que había mucho más que todo eso.

De entrada te recibe el bien soleado “Claustro de la Portería” (hay 4 claustros en total) con su maciza arquería, una piedra de molino que han puesto a modo de adorno (dicen que es el más antiguo del Perú, un dato que hay que tomarlo con pinzas, claro) y toda una colección de bellísimas crasas. Nunca imaginé que las hubiese de esas formas y colores. Sinceramente desde que las vi allí me enamoré de esas plantas, y si antes no las encontraba tan interesantes ahora me parecen una hermosura.

CONVENTO LA RECOLETA. AREQUIPA - PERU.
CONVENTO LA RECOLETA. AREQUIPA - PERU.
CONVENTO LA RECOLETA. AREQUIPA - PERU.

Un pequeño zaguán te lleva hasta el “Museo Precolombino” donde, como es de esperar, hay interesantes piezas perecientes a varias de las culturas precolombinas (entre ellas huacos eróticos mochicas, ¡vaya con los curitas!), y algunas momias y cráneos en asombroso estado de conservación. Una vista sinceramente impresionante.

CONVENTO LA RECOLETA. AREQUIPA - PERU.
CONVENTO LA RECOLETA. AREQUIPA - PERU.
CONVENTO LA RECOLETA. AREQUIPA - PERU.
CONVENTO LA RECOLETA. AREQUIPA - PERU.


El siguiente claustro es el “Mayor o de San Francisco”, quizás el más hermoso de todos. Sus cipreses dan una sombra agradable, mientras que el agua corre por un pequeño canal haciendo ese sonido que invita al sosiego. ¡Qué tranquilidad! Fuera, a unas pocas calles, en el puente Grau, mil combis y taxis competían por ensordecer a la gente con sus bocinas desbocadas y allí dentro el mundo era otro, distinto, mejor. Es un sentimiento que siempre he tenido cada vez que visito un monasterio en una gran ciudad peruana como Lima o Arequipa: es como entrar en otra dimensión.

CONVENTO LA RECOLETA. AREQUIPA - PERU.

Arequipa : entre la belleza y el caos

sábado, 12 de abril de 2014



Arequipa era un estado mental. Creo. Cuando era niño y hablaban los mayores de lo sucia, bulliciosa y descuidada que era Lima solían decir: “Deberíamos aprender de AREQUIPA, la Ciudad Blanca, tan cuidada, tan limpia…”; el orden significaba entonces una ciudad al sur del país que era la antítesis de la capital peruana. Un lugar al que imaginaba perfecto.




Fui por primera vez hacia Arequipa hace muchos años, exactamente en 1999, camino del Cuzco para ver a mi ídolo Charly García en el ya extinto Festival de la Cerveza Cuzqueña. Qué buen concierto se hizo el genio. Como buen groupie lo perseguí hasta el hotel Monasterio donde se hospedó. Excúsenme la digresión. Iba a decir que eso fue hace años y sí, la ciudad casaba bien con mis expectativas. Aunque no puedo decir gran cosa, porque apenas estuve un día por allí. Pero, creo, sirvió para darme cuenta de lo tranquila y agradable que era. Luego volví varias veces, por trabajo, por placer, y cada vez iba notando cambios, una metamorfosis algo silenciosa. Hasta que regresé a fines del 2012 y ya noté el cambio radical que ha dado esa ciudad que antes era pequeña, noble, y tranquila. Y desde entonces para mí, ha pasado de ser un estado mental, a una dura realidad. 

 



 Ya no se me antojaba media pueblerina, sosegada, elegante sino más bien era ahora una ciudad pujante, desordenada, intensa, a medio camino entre una gran capital y una ciudad de provincia. Huelga decir que esto no es exclusivo de Arequipa, todas las grandes capitales peruanas han ido dejando atrás sus ropajes de lugares pequeños, cristalizados en un sueño de siglos para, poco a poco, convertirse en satélites intensos que atraen a su alrededor mundos fulgurantes. El candor de muchos de ellos se ha perdido y son hoy un pequeño reflejo de Lima. ¿Es eso malo? ¿Son los precios que hay que pagar por esa modernidad tan deseada?
 







Sin embargo, el viajero nunca se cansará de volver a Arequipa. Uno caerá por allí una y otra vez y redescubrirá el encanto de sus calles, de sus gentes, de su cultura. Pocas ciudades tienen una riqueza patrimonial tan impresionante. O están rodeadas de un paisaje alucinante de volcanes, desiertos y campos cultivados como lo está Arequipa. Y sí, es un trago amargo el que hay que pasar cuando se ve tanto tránsito caótico, tanta bulla, tanto barullo, tanta fricción, y por momentos, cierto miedo. Pero, vamos, con un poco de paciencia, cuidado y buen tino se puede tener en esta ciudad una grata experiencia.

Escrituras nómades: Sendas de Oku de Matsuo Basho

miércoles, 9 de abril de 2014




 "El que camina honor a sus sandalias"
Carlos Edmundo de Ory

No puedo dejar de sentir verdadera admiración, envidia, y fascinación por los viajeros que van hacia sus destinos a pie. Esos caminantes se me antojan seres distintos, casi feéricos, alejados como están de la enloquecida velocidad  con que se vive al rededor. La aventura de estos soñadores es la más pura, sencilla y original de todas las experiencias de viaje. De ahí que no pueda haberme dejado de emocionar cuando leía, hace varios años ya, el libro “El Perú a toda costa” de Ricardo Espinoza, conocido en el Perú como El Caminante, o esa maravilla de maravillas llamado “El tiempo de los Regalos” en el que irrepetible Paddy Leigh Fermor  nos cuenta su aventura a pie desde Holanda hasta Turquía. Y es que caminar es un modo de penetrar en la naturaleza al ritmo que ella hace las cosas: lentamente, por ende en ese acto hay más armonía que en pocos actos de nuestra vida. Que lo digan Chatwin, Thoreau, Walser, Sebald, Coleridge, quien se caminaba al menos 50 kilómetros por día, Rimbaud o Wordsworth, quienes caminaron por media Europa buscando ve tú a saber qué, Van Gogh o Benjamin, que lo digan los situacionistas, los dadaístas, Nietzche, que lo digan los peregrinos de otros, y de estos, tiempos. ¡Quién pudiera vivir cosas semejantes! Envidiable modo de viajar, más aún hoy en que tenemos que resignarnos a la velocidad con la que hay que vivir y visitar los sitios pues las vacaciones se acaban en pocos días y no hay tiempo para sentir ni ver: hay que correr en pos de lo aparente para perdernos lo sublime que yace en lo profundo. 


Esa emoción por el hecho de caminar y por los caminantes me ha regresado al alma hace poco en que estuve leyendo en estado de gracia el bellísimo libro SENDAS DE OKU del poeta, calígrafo y caminante MATSUO BASHO, quien ya está en mi personal olimpo literario después de esta lectura. En este precioso libro el poeta nos cuenta parte de la gran peregrinación que inició en 1689 y el cual le llevó 2 años por el centro de Japón. Esto no era algo excepcional en él, ya había escrito cinco diarios de viaje (tema que siempre estaría presente en su obra) en los que relataba sus andanzas por lugares sagrados de su país a los que llegaba como un humilde “sembrador de poesía”.





Pero no por ser un personaje excepcional Basho se nos presenta como un hombre fuera de lo común y autocomplaciente. No, todo lo contrario. Desde el inicio del viaje nos hace cómplice de sus sentimientos cuando nos cuenta esa disyuntiva que todo viajero ha sentido antes de dejar lo conocido por ir a husmear al otro lado, allí donde palpita la tierra prometida en la que se harán realidad nuestros sueños de huida: el poeta se debate entre “la violencia misma del deseo” que le incita a irse y el miedo por los riesgos y la pena por la incertidumbre del regreso.


Entonces el poeta cose sus  viejos pantalones y se va. Peregrina conociendo templos y rezando en ellos, visitando a eremitas y cementerios, recordando lecturas que hacían referencia a los lugares que visita y a al modo de un cronista nos informa sobre algunas costumbres y tradiciones que todavía existen, lo que nos da un indicio de su alta cultura. Sensible, nuestro frugal caminante llora y ora ante ruinas (¡que levante la mano el que no ha sentido algo semejante!) y tumbas de hombres santos, castillos; se pierde y lo detienen unos guardias; se hospeda en casas de amigos o en templos y también en miserables sitios donde las pulgas le atormentan o simplemente en los bosques usando yerbas de bambúes como almohada. Está atento a la maravilla del mundo y de la vida; hasta la naturaleza le invita a sacar conclusiones y pensar: un árbol que aún debajo de la espesa nieve sigue floreciendo, por ejemplo. Y así, dejando poemas allí donde llega, encapsulando la belleza del momento en haikus que como gotas pequeñísimas guardan la esencia de la belleza de todo ese océano que es la vida, el mundo, las lindezas de la tierra. Así la poesía de Basho nos incita a hacer algo que quizás no hacemos cuando viajamos y que tal vez solo el caminante viajero tenga el privilegio de ver gracias a la lentitud con la que se mueve: estar atento a lo nimio, a lo cotidiano, porque allí se guarece lo maravilloso; y todo ello le arranca a su pluma metáforas y comparaciones magistrales: “La escena tiene la fascinación distante de un rostro hermoso”. Pero no es que escriba o describa toda la grandeza de los paisajes que ve, su sencillez aflora cuando se niega a describirnos esos lugares pues ya lo habían hecho mejor otros maestros, hacerlo sería “como añadir otro dedo a la mano”.
 
Imagen de http://kids.britannica.com/
 Así va nuestro caminante, completamente en comunión con la aspereza del mundo, en donde todo sucede a la altura de sus ojos, no a sus pies. Y es que eso es viajar caminando: diluir las fronteras de tu yo, tu falso orgullo y ponerte al nivel de las cosas que pasan, del mundo que te rodea y en donde no eres más que un simple elemento a merced de lo que la naturaleza te quiera proveer, para tu bien o para tu mal.


No puedo dejar de decir que la introducción de Octavio Paz es magistral y sus explicaciones nos ayudan a entender mejor la obra de Basho. Solo un inmenso poeta puede entender a otro de su calibre. El mejor resumen de esta preciosa obra lo hace el mexicano cuando nos dice que SENDAS DE OKU “es algo más que una obra literaria: es una invitación a vivir de veras la vida y la poesía”. Ya saben viajeros, caminen, que al cielo se entra a pie.


Pablo




“Con un viaje aún largo en perspectiva, mi estado me desosegaba aunque el andar de peregrino por lugares perdidos, me decía, es como haber dejado ya el mundo y resignarse a su impermanecencia: si muero en el camino, será por voluntad del cielo.”


Basho



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